domingo, 22 de noviembre de 2009

Una visión distinta de la piratería en Somalia


Al margen de la crueldad de los piratas somalíes, absolutamente criticable y censurable ¿Estamos seguros de tener una visión objetiva de lo que ocurre en aquellas aguas? NOsotros queremos muchos a nuestros pescadores, hemos sufrido con ellos esos 47 días y nos alegramos mucho de su regreso, pero ¿qué hacen nuestros pescadores en aguas Somalíes? ¿Cómo se ve esta incursión desde un país pobre, paupérrimo, con un desgobierno y mucha hambre?
¿Leemos lo que opina Joaquim Sempere profesor de Teoría Sociólogica y profesor de Sociologia Medioambiental de la Universidad de Barcelona?
Esta es la visión que nos da y ante la que he reflexionado en el día de hoy.


"El colonialismo no a muerto. Las flotas pesqueras de los países ricos esquilman un caladero tras otro
En 1991 se hundió el orden político de Somalia, país que sucumbió a una guerra civil empeorada por la intervención estadounidense. El colapso político dejó la sociedad somalí sin defensas, situación que fue aprovechada por navíos procedentes de Europa, Estados Unidos, China y otros países para verter en sus aguas grandes cantidades de residuos tóxicos y radioactivos. El abuso se hizo visible cuando, en 2005, un tsunami depositó en las playas y costas somalíes bidones corroídos y otras muestras de estos residuos. Según el enviado de las Naciones Unidas en Somalia Ahmadou Ould-Abdallah, la porquería tóxica acumulada en pocos días por la catástrofe marina provocó úlceras, cánceres, náuseas y malformaciones genéticas en recién nacidos y, al menos, 300 muertes.


Pero las desgracias no terminan ahí. Aprovechando el desgobierno, una multitud de barcos de pesca empezó a faenar en las aguas frente al país, incluidas sus aguas territoriales. En 2005 se calculó que pescaron allí unos 800 barcos de distintos países, muchos de ellos europeos y, más específicamente, españoles. Se estima que los ingresos generados durante un año por esta pesca extranjera ilegal ascendía a 450 millones de dólares. El resultado fue la rápida disminución de unas reservas pesqueras que eran el principal recurso para las comunidades de pescadores del país, catalogado como uno de los más pobres del mundo.

Un reportaje de Al Yazira informa de que grupos de somalíes trataron de constituir un cuerpo autodenominado “Guardacostas Voluntarios de Somalia”, reuniendo dinero con el que pagar a la empresa estadounidense Hart Security, que se dedica a entrenar y formar luchadores y mercenarios por todo el mundo –y que, años más tarde, ha actuado como mediadora para el cobro de rescates en aquellas mismas aguas: ¡negocio redondo!–. Al parecer, hubo intentos de esos guardacostas voluntarios de negociar con los buques de pesca extranjeros para que dejaran de faenar o pagaran un impuesto para seguir haciéndolo, intentos que resultaron fallidos. El desenlace final fue lo que hoy se califica como piratería somalí. En un país plagado de armas, desgarrado por bandas rivales y sometido a una situación económica desesperada, un desenlace así no debería sorprender. A la vista de lo anterior es legítimo preguntarse: ¿quiénes son, en esta historia, los verdaderos piratas?

Hay en España quien propone que los atuneros españoles (que son sobre todo vascos) lleven militares a bordo para disuadir a los piratas. En el Parlamento vasco, los votos del PP y el PNV han hecho posible el pasado 8 de octubre aprobar una moción en esta línea. El Congreso ya lo había descartado meses antes arguyendo que la legislación española no lo permite. Francia sí lo permite, y hace tiempo que en el Índico los barcos de pesca franceses llevan militares a bordo. Pero esta diferencia es de detalle: ambos países lograron que el 10 de diciembre de 2008 los ministros de Defensa de la Unión Europea aprobaran la llamada Operación Atalanta contra la piratería somalí, y que se diera luz verde al envío de entre 6 y 10 buques de guerra para “garantizar la seguridad” en el golfo de Adén con el mandato de vigilar las costas de Somalia, “incluidas sus aguas territoriales”.

Estos hechos muestran que el colonialismo no sólo no ha muerto, sino que está tomando nuevos bríos. Y un nuevo aspecto marcado por la crisis de recursos naturales, en este caso la pesca. Las flotas pesqueras de los países ricos, compuestas por buques con capacidad para moverse por todos los mares del mundo, esquilman un caladero tras otro: son las principales culpables de la sobrepesca que desde hace años viene destruyendo la capacidad de regeneración de las especies marinas y preparando un colapso de las capturas a escala mundial. Las primeras perjudicadas son las poblaciones de los países pobres que dependen de la pesca local: ellas carecen de flotas potentes para pescar lejos de sus costas. El caso somalí es uno de los más sangrantes por las circunstancias políticas internas, pero no es el único.

España está recuperando sus blasones imperiales contribuyendo a empobrecer a uno de los países más pobres del mundo. Al hacerlo no sólo comete una injusticia, sino que practica una política sin futuro también para sus habitantes. Porque cuando ya no haya caladeros por explotar en ningún rincón del mundo, ¿qué harán nuestros marineros y pescadores?
Es una indignidad aprovecharse de un país desangrado por una guerra civil y luego mandar a los soldados a defender una causa indefendible que no hace más que profundizar la tragedia de ese pueblo. Y si se quiere mirar desde otra óptica, ¿cuánto nos cuesta mantener la dotación de dos buques de guerra, un avión y 395 efectivos de la Marina española que tenemos destacados en la zona?

El caso tiene su moraleja. Un país desarrollado como España no debe, tras agotar sus propios recursos pesqueros, expandirse por los mares del mundo privando a otras poblaciones más pobres de sus medios de subsistencia, porque agrava la situación de esas poblaciones y las empuja a una resistencia que desemboca en aventuras violentas y salidas militares. La solución hay que buscarla en casa, adaptándose a unos ecosistemas dañados y gestionándolos mejor (por ejemplo, con la piscicultura como alternativa a la pesca), y adoptando medidas previsoras para que nadie se quede sin trabajo y sin fuente de ingresos. Es inquietante que se esté haciendo exactamente lo contrario: optar por la huida hacia delante y por un neoimperialismo ecológico reforzado militarmente que sólo puede redundar en un empeoramiento de la situación"
Del blog el post-it



Corazón helado

(Artículo de Ian Gibson publicado en Público)


Han leído Rajoy, Cospedal, Camps, Soraya y sus correligionarios alguna vez a Antonio Machado? Es una pregunta que uno se plantea al observar día tras día los comportamientos de los gerifaltes peperos, dignos herederos de la mentalidad hosca y cerril de la derecha española tan lamentada por el poeta de Campos de Castilla.
Les vendría muy bien tal consulta, desde luego. Allá por 1913, exiliado en Baeza tras perder a Leonor, el gran sevillano madrileño reflexionó hondo sobre la situación de su país tres lustros después del Desastre de 1898. Es de entonces su sobradamente conocida copla sobre la mala suerte del “españolito” que viene al mundo con ganas de vivir, pero a quien le helará el corazón, si no la España que muere, la que bosteza.
También es de entonces el poema El mañana efímero, a la vez terrible diatriba –ribeteada de humor feroz contra quienes impiden el progreso del país con la Iglesia a la cabeza– y urgente llamada a la revolución necesaria. Machado conocía de sobra a “esa España inferior que ora y embiste, / cuando se digna usar de la cabeza”, y a la cual aún le quedaba “luengo parto de varones / amantes de sagradas tradiciones”. Pero quería creer que un día no demasiado lejano nacería la otra España, la anhelada, la joven, la ilusionada, la activa. Alboreó en 1931 sin sangre derramada (menos la de Galán y Hernández) y con el enemigo de siempre en contra desde el primer momento y ya conspirando.
De allí vienen los cainitas de hogaño, con sus insultos y calumnias. Miserables incluso cuando se ha evitado un baño de sangre en alta mar.