sábado, 14 de noviembre de 2009

De la locura de Francisco Camps

Copiado del post de Juan Carlos Escudier
(Publicado en "Público")
14 Nov 2009
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Antes de que Francisco Camps acusara al PSOE de querer darle matarile y tirarle a una cuneta ya sabíamos que a este hombre le pasaba algo. Tan anormal era su comportamiento, tan extraña su declarada alegría, tan forzadas las muecas de su cara que hubo quien pidió asesoramiento a los expertos para conocer el alcance de su patología. Uno de ellos, Armindo Freitas-Magalhäes, psicólogo portugués doctorado en sonrisas, confesó al diario Levante lo que todos nos temíamos: “Este señor no está tranquilo sino preocupado”. Y fue gracias a este especialista en artes faciales por el que nos enteramos de que su sonrisa sardónica tipo careta de carnaval era fruto de “descargas neurocirculatorias” diferentes a las que moldean la sonrisa natural, y aquello, obviamente, no presagiaba nada bueno.
A quienes apreciamos la elegancia de Camps, su porte distinguido, esa manera suya de entender la política y la amistad, juntas ambas en orgiástica alianza, nos preocupaba el padecimiento del Molt Honorable, que ahora esos malvados socialistas han tildado de enajenación mental, ignorantes de que la locura es cosa admirable y que lo realmente terrible es la estulticia, que cuando alcanza el grado de idiotez es enfermedad extraordinaria e incurable.
Ni siquiera es preciso pensar en el Quijote para enaltecer la locura, de la que Erasmo de Rotterdam hizo elogio bastante. La falta de conciencia puede ser un don, porque no hay quien, en tal circunstancia, muestre vergüenza por sus actos o se sienta concernido por el oprobio. “¿Qué te importa que te silbe todo el mundo si tú mismo te aplaudes?”, proclamaba Horacio en sus Sátiras. Un hombre que, a la pregunta del juez sobre cuál era el montante de la deuda que mantenía con él Alvarito el Bigotes, es capaz de responder que todos los valencianos le deben mucho no es un loco; es un artista del trapecio.
Definitivamente, Camps no está chiflado, por mucho que sus compañeros de partido teman por su estabilidad emocional. El presidente de Valencia razona perfectamente. Dice que los socialistas le quieren dar el paseíllo con nocturnidad y en camioneta pero sabe que, para alguien como él, que se siente políticamente muerto, ese viaje es completamente imposible. A ningún cadáver se le puede matar dos veces. He ahí el origen de su desdicha.