RAMÓN COTARELO
De todos los partidos socialistas europeos que han sufrido un descalabro notable, ya estuvieran en el Gobierno o en la oposición, el español ha sido el más votado. A eso se aferran sus dirigentes para minimizar su semiderrota en las elecciones del domingo. A pesar de haber sufrido una merma importante de más de 700.000 votos respecto a las europeas de 2004, el PSOE ha salido bien librado porque esos votos lo han castigado a cuenta de la crisis, yéndose a la abstención, pero no al partido rival, que sólo aumenta en unos 220.000 votos, lo que le da unos exiguos 3,75 puntos porcentuales de ventaja y dos escaños.
Se trata de una semivictoria que acalla de momento la fronda interna del PP, pero no puede esgrimirse como argumento incontrovertible para pedir elecciones anticipadas, pues en modo alguno está claro que, si se extrapolaran estos resultados a unas generales, las ganarían los conservadores, habida cuenta de que en ese 54 por ciento de abstención en las europeas es de presumir mucho más voto socialista que popular.En cuanto a los otros partidos, se prueba que la desproporcionalidad electoral española no es consecuencia del sistema d’Hondt, que es el que se aplica en las europeas, sino de la división en circuncripciones, pues en las europeas hay circuncripción única. Y en ambos casos la tendencia al bipartidismo es apabullante e independiente de la desproporcionalidad.
Entre los dos partidos mayoritarios reúnen el 80,74 por ciento de los votos y el 88 por ciento de los escaños en las europeas, dejando a los otros partidos nacionales (que no pueden quejarse de desproporcionalidad) sumidos en la irrelevancia. Ahora bien, esa irrelevancia en términos electorales se convierte en fuerza significativa cuando la política retorna a la sede parlamentaria.
Además de pedir elecciones anticipadas (cosa que suele hacer de oficio), el PP juega con la idea de una moción de censura para desalojar al PSOE, medida que sólo es posible con la ayuda de los partidos menores. Con motivo del debate sobre el estado de la nación y del anuncio del presidente del Gobierno de una serie de medidas para cambiar el modelo productivo, en esta columna se sugirió que quizá le convendría plantear la cuestión de confianza por ver si contaba con el respaldo necesario en la cámara, cuestión que también requiere el auxilio de terceros partidos.
Ahora se da una razón más para dudar de la solidez del respaldo parlamentario del Gobierno cuando quedan tres años de legislatura; demasiados para una política que requerirá medidas difíciles y hasta impopulares que no deben quedar al albur de alianzas cambiantes.
En la guerra de nervios del Parlamento, el PP se encuentra en una tesitura difícil: si se lanza a una moción de censura puede convertir su semivictoria en una derrota completa pues la moción precisa mayoría absoluta a favor de Rajoy, cosa improbable. Pero si, por acosar al Gobierno, le exige que plantee la cuestión de confianza, corre el riesgo de que éste convierta su semiderrota en una victoria completa dado que esta cuestión se gana con la mayoría simple de los diputados.
Ramón Cotarelo es catedrático de Ciencias Políticas
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