(Artículo de Ian Gibson publicado en Público)
Han leído Rajoy, Cospedal, Camps, Soraya y sus correligionarios alguna vez a Antonio Machado? Es una pregunta que uno se plantea al observar día tras día los comportamientos de los gerifaltes peperos, dignos herederos de la mentalidad hosca y cerril de la derecha española tan lamentada por el poeta de Campos de Castilla.
Les vendría muy bien tal consulta, desde luego. Allá por 1913, exiliado en Baeza tras perder a Leonor, el gran sevillano madrileño reflexionó hondo sobre la situación de su país tres lustros después del Desastre de 1898. Es de entonces su sobradamente conocida copla sobre la mala suerte del “españolito” que viene al mundo con ganas de vivir, pero a quien le helará el corazón, si no la España que muere, la que bosteza.
También es de entonces el poema El mañana efímero, a la vez terrible diatriba –ribeteada de humor feroz contra quienes impiden el progreso del país con la Iglesia a la cabeza– y urgente llamada a la revolución necesaria. Machado conocía de sobra a “esa España inferior que ora y embiste, / cuando se digna usar de la cabeza”, y a la cual aún le quedaba “luengo parto de varones / amantes de sagradas tradiciones”. Pero quería creer que un día no demasiado lejano nacería la otra España, la anhelada, la joven, la ilusionada, la activa. Alboreó en 1931 sin sangre derramada (menos la de Galán y Hernández) y con el enemigo de siempre en contra desde el primer momento y ya conspirando.
De allí vienen los cainitas de hogaño, con sus insultos y calumnias. Miserables incluso cuando se ha evitado un baño de sangre en alta mar.
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